


El Palacio Salvo, nuestro símbolo arquitectónico montevideano más notorio, ya cumplió 80 años de existencia.
En el año 1928 nuestros antepasados contemplaron azorados como esa “torre” que llevó seis años en construirse se tornaba realidad y comenzaba a ser habitada y visitada.
Nosotros no fuimos protagonistas de esa época pero nos imaginamos los comentarios, las crónicas, los asombros ciudadanos que debe haber despertado el hecho de que en nuestra tranquila, aunque cosmopolita capital se instalara definitivamente una construcción de esas características.
La historia oficial se conoce porque fue muchas veces contada pero lo que vale la pena imaginar es la noticia que debe haber generado el hecho. Mis propios padres que se fueron a vivir allí cuando se casaron, deben haberse impactado ante la presencia de esta construcción que fue en su momento reconocido como el rascacielo más alto de Sud América y como el más alto edificio del mundo levantado en hormigón armado.
Con sus rasgos europeos y su temperamento italiano (el mismo que ostentaba su creador, el arquitecto milanés Mario Palanti), sus mármoles de Carrara, sus robles, sus escalinatas, sus patios interiores, sus vitraux, su majestuosa exhuberancia y su orgullosa imposición en el paisaje, ha sido y sigue siendo una joya, criticada o reverenciada pero de la que no podemos prescindir porque nos sirve como guía en el camino y sobresale en la vista de los viajeros que entran a Montevideo ya sea por mar, por aire o por tierra.
Hoy es un edificio que cuenta, entre otras cosas exóticas, con la sede de una radio y una revista semanal, y la presencia de una antena de televisión que supo ser la de un canal abierto, lo que lo hace ser aún más alto.
Les seguiré contando sobre la vida en el Palacio y algunos secretos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario